2.8.10
Folletines (Por Eduardo Aliverti)
¿Hay mucha diferencia entre el culebrón de Maradona/Grondona/Bilardo y el que rige a unos cuantos escenarios de la vida política argentina? Depende de cómo se lo mire.
En los aspectos formales, puede asegurarse que se parecen demasiado porque, incluso, algunos componentes son idénticos. Traición y mentira, los dos elementos conductivos en la denuncia del ex técnico de la Selección y a los que acompañan el engaño, las tretas, las medias palabras, las advertencias, resultan análogos a ciertos episodios que atraviesan el mundo político de oficialismo y oposición; aunque, si se recorre con objetividad, la segunda contribuye mejor a lo novelesco. Maradona, quien avisó que bastaría con la expulsión de su utilero para tomar la decisión de irse, viene a ser Carrió advirtiendo que se va del Acuerdo Cívico y Social si la fórmula no la encabeza el hijo de Alfonsín, porque con el masajista Cobos no quiere saber nada de nada. Y las cuentas bancarias que cuida Grondona, según Diego, serían “los ministros corruptos” con quienes se junta Binner, según ella. “Tienen que dejarse de joder todos”, dijo Adrián Pérez desde la Coalición Cívica. Y agregó: “Hay que construir un espacio progresista serio, que pueda gobernar como la sociedad reclama”. En otros términos, admitió que ese espacio neonato por ahora es una joda. Lo mismo que Maradona, en su señalamiento de que lo importante es la Selección y el fútbol argentino. Pero claro: uno es Maradona y el otro es Pérez.
Otra analogía deliciosa apareció el jueves, al trascender que habría grabaciones muy comprometedoras para el entorno maradoniano. No lo nombran, pero dejan obvio que en esas escuchas aparecería uno de los ayudantes de campo transando inclusiones de jugadores a cambio de lo que también es obvio. Mancuso sería Ciro James, pero a la inversa. Escuchado, en lugar de escuchador. Bilardo, con ese gesto sempiterno de yo no fui, adelanta que no permitirá que le toquen el culo. Su cara es asombrosamente asimilable a la de Rodríguez Larreta, cuando éste previene que detrás del Macrigate están los Kirchner. O a la de Duhalde, que pide reglas limpias (¡Duhalde!) para competir en una interna. Y de Grondona, replicando con el rostro de piedra mayor que nunca jamás echaron al Diego, sino que simplemente le pidieron que borrara a sus colaboradores, ¿alguien diría que no es el hijo de Franco cuando afirma que todo es producto de una conspiración? El, Grondona, no lo sostiene en forma tan directa; pero sí lo hacen algunos o varios dirigentes de la AFA, que tienen razón aunque en diagonal: Clarín le aportó a la imagen de Maradona-víctima dos insólitos títulos principales de portada, para facturarle a Grondona y al Gobierno que le sacaron el negocio de la televisación del fútbol. Sí, es cierto: a esta altura todo aparece largamente contaminado. Pero no es el periodista quien lo envicia.
Y con Macri caído en desgracia reapareció... López Murphy. Casi nadie tenía idea de su paradero, desde que eliminó su sello partidario fundiéndolo con el PRO. Pero justo ahora se le dio por recorrer la Rural, donde la oposición se trasladó en masa para montar una suerte de Congreso paralelo. También de casualidad almorzó con la carriotista Patricia Bullrich en el restorán central de la muestra de Palermo. Y salió con trompetas a indicar que “para ganar la elección nacional tenemos que ganar la ciudad de Buenos Aires”, que está dispuesto a ser candidato y que para eso vienen trabajando hace meses. No en vano, la mayoría de los legisladores macristas porteños que proceden del extinto partido lopezmurphysta son, para el macrismo, grandes sospechosos de no atreverse a respaldar al jefe de Gobierno porteño, en su patética pretensión de autojuicio político. ¿De dónde salió López Murphy con el hacha sobre el árbol caído? Viene a ser Ramón Díaz, que irrumpió como si tal cosa para fanfarronear que le dan la Selección y arma un equipo competitivo en dos minutos. Y cuando Maradona previene que quien dirija el equipo argentino deberá contemplar que lo espera la traición a la vuelta de la esquina, dice lo mismo que Macri podría sostener sobre los viscosos aliados que le soltaron la mano.
Si es por tretas, el kirchnerismo desplegó las suyas con el anuncio de aumento a los jubilados. Recién para septiembre, de modo que hablamos de lo que ya estaba funcionando y previsto en lo que el propio oficialismo dictaminó. Y bien que está, por fuera de que haya sido para responder a la demagogia opositora con su bandera del 82 por ciento móvil. Pero no vengan con que se trata de una novedad estructural. Kirchner también se despachó con un tácito respaldo a Moyano para la conducción del PJ bonaerense, porque desde la derrota frente a De Narváez en el conurbano no confía en los barones de la zona. Medias palabras, a través de los gestos. Dice que no es momento de hablar de candidaturas, como si no fuera él quien las estimula para que del río revuelto, y de los resultados que arroje la militancia de ego de cada quien, salga lo que más le conviene. Artimañas. Algunos las usan sin dirigirlas hacia la vocación de poder, sino en función de haber quedado presos de la presunta mística de sus propios personajes. Es el caso de ciertos asambleístas de Gualeguaychú, caídos en el no-importa-qué-pero-me-opongo. Su lucha acredita enormes conquistas, pero lo difícil de asumirlas los sumerge en el fracaso del éxito. Los presidentes de ambas márgenes del río han llegado a un acuerdo tras años de conflicto. Hay un dictamen internacional al que se sometieron todos. Hay que el control ambiental será mutuo y generalizado. Pero amenazan con volver a cortar el puente porque ahora no están de acuerdo con la integración de los equipos supervisores, ni con la cantidad de veces en que pueden supervisar. A cada paso una piedra, como la del conjunto opositor en su pretensión de ganar iniciativa sin importar que las retenciones, o el impuesto al cheque, o el 82 por ciento a los jubilados, requieren de alguna propuesta que no tienen, o no hacen, sobre vías de financiamiento alternativo para las arcas estatales. Son como la AFA: discutamos cuál técnico de la Selección podría impactar mejor, y después veamos el proyecto. Nunca al revés.
Las comparaciones se terminan ahí. El culebrón post Sudáfrica es un entretenimiento masivo, tinellesco; susceptible de que las prendidas de ventilador de los unos y los otros conformen, realmente, una novela que, a la vez de compleja, está al alcance de la comprensión de todo el mundo. Llena ese tiempo con el que tanta gente no sabe qué hacer. Y basta. Sólo pasa que el equipo de fútbol nacional volvió a quedarse afuera de un campeonato del mundo. Y que estaba conducido por el jugador más grande de la historia. Y que le hicieron una cama y/o que se equivocó en muchas cosas. Y que el tipo es un entrañable que despierta amores y odios sin términos medios, como corresponde a un morocho de Villa Fiorito con un tatuaje del Che e incondicionalidad con Fidel, capaz de putear al poder y de suscitar el espanto de la tilinguería biempensante. Hasta ahí. A nadie le cambia la vida un avatar futbolístico. En cambio, detrás del culebrón político se muestran y juegan factores que podrían determinar si la sociedad marcha hacia consolidar algunos logros. O hacia retroceder sobre sus propios pasos.