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La lista precedente condensa no toda, es probable, pero sí la mayoría de los señalamientos producidos tras la barbarie, desde diferentes sectores e intereses. ¿Algunas de esas indicaciones y preguntas son formalmente incorrectas? No. ¿De manera que son todas aceptables, por lo menos? Sí. ¿Y hay que darles un orden de importancia? Claro, pero lo establece cada quien de acuerdo con su postura y horizonte ideológico y político. ¿Y faltaría algo? Sí y no: faltaría el modo en que se construye sentido. Por un lado, ese modo está involucrado en el orden que quiera dárseles a los componentes de la lista. Pero por otro, no hay la explicitud concreta, sino solapada, de qué se juega en esta tenida de módulos que son o parecen contradictorios porque, alternativamente, sirven para cuestionar a unos y a otros. Debe, en consecuencia, recurrirse a una vieja amiga, la dialéctica, en tanto mecanismo para (intentar) resolver las contradicciones. Y como se sabe, o debería saberse, las contradicciones se dividen entre principales y secundarias. ¿Cuál es la principal en este drama? Que lo que se intenta imponer es el discurso de que sucedió porque se alienta un clima de confrontación. ¿Y cómo sería que no se lo alentara? Sería que ya basta de ley de medios, y de Papel Prensa, y de juzgar a los represores, y de proyectos de participación obrera en las ganancias empresarias, y de matrimonio homosexual, y de los hijos de Ernestina, y de tendencias abortistas, y de Estado un tanto meterete en sus festines. El listado sigue, no mucho pero sigue. Cuando atacan por las barbaridades y deficiencias del Gobierno, llámese el bochorno del Indek o los privilegios para los empresarios amigotes, no atacan por eso. Agreden por lo que los jode en los/sus símbolos estructurales. Y lo que los jode es tan enorme, aun tratándose de casi elementales detrimentos en sus eternas inmunidades de clase, que si tienen que usar a un pibe asesinado no lo dudarán ni un segundo. Es una frase hecha pero de puntería muy difícil de desmentir: a este Gobierno le caen encima por lo que hace bien, no por sus defectos reales. Y la misma barbarie de Barracas lo demuestra: preguntan por qué no se reprimió, bajo el vomitivo cinismo de que atrás de esa pregunta exigen salir a gatillo fácil contra cuanto negro vago o delincuente asome un pelo o corte una calle, mientras no fuere un desclasado o una tilinga que sale a defender las franquicias del campo. Así piensan, así lo ocultan, así construyen.
Hay que decir una obviedad: al pibe nadie le devuelve la vida. Pero, en nombre de haber sido un luchador social, también debe decirse que para evitar su muerte como vana no alcanza, ni de cerca, con el descubrimiento de su asesino material, ni de sus instigadores. El pibe militaba a pie firme contra las condiciones que generan a los hijos de puta que lo mataron. Y en lo tocante a la parte más directa de su tragedia, contra un modo de representación sindical y sus sucedáneos de mafias, esbirros, mercenarios, negociados, que son igualmente una tragedia subsistente para los valores democráticos. El gobierno nacional, al que otros hijos de puta de apariencia atildada pretenden enrostrar culpabilidad por el asesinato, tiene la tarea de no conformarse con la identificación de los homicidas. Tiene la obligación de erradicar la criminalidad de las pandillas sindicales, que vienen desde el fondo de los tiempos y que conocemos todos, so pena de que en caso contrario terminen por licuarse moralmente su discurso y destrezas progresistas. Como dijo la Presidenta, hace rato que querían un muerto. Sin embargo, así como no debería haber espacio para una épica sacrificial oportunista, a izquierda, ni para el regodeo electoralista de medios de comunicación y despreciables figurones opositores, a derecha, menos debe haberlo para darles excusas. Hay que acabar con los que conocemos todos. Por el pibe, por tantos otros y en defensa propia, al fin y al cabo. Suena a mera retórica, a consigna de sentido común, pero ¿acaso se puede decir y, sobre todo, esperar otra cosa?
Mientras haya Pedrazas no habrá paz, aunque la cultura de la violencia, de este tipo de violencia, sea casi un patrimonio cultural argentino. Se los enfrenta con militancia y con denuncia persistente. Pero la avanzada, la ejemplaridad, empieza por el Gobierno. Por lo que el Gobierno demuestre como vocación política para defenestrarlos. Si la tuvo y la tiene en la decisión de no reprimir, que es quizás uno de sus logros liminares precisamente porque le puso freno a la muerte, debe anotar que hace falta igual disposición para quitarse de encima las lacras que –a título de defender al oficialismo, como si fuera poco– le tiran un muerto de todos modos.
Fuente: Pagina 12