5.11.10

El Tea Party no vale en Brasil

Al igual que la concentración convocada por Jon Stewart y Stephen Colbert, de la Central de la Comedia, que atrajo el sábado pasado a cientos de miles de personas a la calles de Washington DC, las elecciones de Brasil del domingo fueron un concurso de “Restaurar la cordura” contra “Mantén vivo el miedo”.
Dilma Rousseff, del gobernante Partido de los Trabajadores (PT), ganó frente al candidato de la oposición, Jose Serra, con un margen cómodo de 56% a 44%. Fue una campaña fea y áspera marcada por alegaciones de corrupción y malas prácticas en ambos bandos, que acabó con la esposa de Serra llamando “asesina de bebés” a Rousseff.
Grupos religiosos se sumaron a la campaña de Serra y acusaron a Dilma de querer legalizar el aborto, eliminar los símbolos religiosos, y de ser “anticristiana” y “terrorista” por su resistencia a la dictadura militar a finales de los sesenta. La campaña recordaba las estrategias republicanas en EEUU, desde el ascenso de los derechos religiosos en los ochenta hasta las “armas de distracción masiva” de Karl Rove en años recientes.
Serra tenía incluso una estrategia derechista en política exterior que llevó a un crítico a etiquetarlo como “Serra Palin”. Su campaña amenazaba con aislar a Brasil de la mayoría de sus vecinos con acusaciones al Gobierno de Bolivia de ser “cómplice” del narcotráfico y al Gobierno venezolano de cobijar a las FARC. Atacó a Lula por su negativa –compartida con la mayoría de los líderes suramericanos– a reconocer al Gobierno de Honduras. Este fue “elegido” tras un golpe militar el año pasado en condiciones de censura y abusos de derechos humanos en unos comicios que sólo EEUU y un puñado de aliados de derecha consideraron que fueron “libres y justos”.
Pero, al final, la cordura triunfó sobre el miedo, y los votantes reflejaron con su voto las mejoras sustanciales en su bienestar durante el mandato de Lula.
No sorprende que Serra, economista de formación, buscara eludir los temas económicos más importantes que afectan a la mayoría de los brasileños. La economía se ha comportado mucho mejor con Lula que durante los ocho años de Gobierno de la formación política de Serra (el Partido Social Democrático de Brasil, PSDB): el ingreso per cápita aumentó cerca del 23% de 2002 a 2010, frente a apenas el 3,5% de 1994 a 2001. Además, el desempleo ha caído a la cifra récord del 6,2%.
Quizá lo más importante es que la mayoría de los brasileños ha logrado ganancias sustanciales: el salario mínimo, ajustado a la inflación, subió cerca del 65% durante la presidencia de Lula, más del triple del incremento durante los ocho años anteriores. Esto afecta no sólo al salario mínimo de los trabajadores, sino a decenas de millones de ciudadanos más cuyo ingreso está vinculado al salario mínimo.
Además, el Gobierno ha expandido el programa Bolsa Familia, que provee de pequeñas ayudas dinerarias a las familias pobres, con la asistencia a la escuela como requisito. El programa ha reducido el analfabetismo y llega ya a cerca de 134 millones de familias. Más de 19 millones de personas han salido de la pobreza desde 2003. Y un nuevo programa de subsidios para los propietarios de vivienda ha beneficiado a cientos de miles de familias, con posibilidad de alcanzar a millones.
Aunque la estrategia de las campañas republicanas haya sido eficaz durante la mayor parte de las cuatro últimas décadas en EEUU, no se ha demostrado exportable. El electorado brasileño se cansó muy pronto de dicha estrategia, y los votantes indecisos quisieron saber qué haría Serra por ellos mejor de lo que ha hecho el PT. Cuando el candidato se demostró incapaz de responder, perdió votos.
La “estrategia republicana” impidió que la campaña abordara algunos de los temas fundamentales para el futuro de Brasil. La élite financiera brasileña, que domina el Banco Central, tiene una influencia en la política económica que es al menos tan mala –y tan poderosa– como la de Wall Street en EEUU: esta es una razón por la que Brasil, bajo Lula, haya tenido durante años los tipos reales de interés más altos, o casi, del mundo. El éxito del crecimiento de Brasil no ha estado a la par del de los otros países BRIC (Rusia, India y China) y el país tendrá que apartarse de algunas de las políticas neoliberales de gobiernos anteriores con el fin de desarrollar su potencial.
La formación de capital durante los años de Lula no fue muy diferente de la de los años de su antecesor Cardoso, y fue relativamente baja en comparación con otros países en desarrollo. La inversión pública fue incluso más baja, aunque ha comenzado a acelerarse recientemente. El país necesitará una estrategia de desarrollo que establezca nuevos patrones de inversión y consumo, que satisfaga los intereses de la mayoría de los brasileños, 50 millones de los cuales permanecen en la pobreza.
Las elecciones tienen importantes efectos en el hemisferio occidental, donde el Departamento de Estado de Obama ha continuado sin apenas cambios la estrategia de la Administración Bush de “marcha atrás” contra la independencia sin precedentes que los gobiernos de izquierdas de Suramérica han ganado durante la última década. La derrota del PT habría sido un triunfo para esa estrategia. También tiene implicaciones para el resto del mundo. En mayo, Brasil y Turquía sentaron un precedente en la diplomacia internacional al negociar un acuerdo de intercambio de energía nuclear para Irán, en un intento por resolver la disputa en torno al programa nuclear iraní. El Departamento de Estado está probablemente más preocupado por esto que por todo lo que Brasil ha hecho en la región, incluido el apoyo fuerte y consistente de Lula al Gobierno de Chávez en Venezuela. Serra también atacó el acuerdo con Irán durante su campaña. Fuera de Washington, los resultados de estas elecciones serán recibidos como una buena noticia.


Por Mark Weisbrot, codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR)
Copyrigth: The Guardian Unlimited

Ilustración de Iker Ayestaran

"Una pulga no puede picar a una locomotora, pero puede llenar de ronchas al maquinista" (Libertad, amiga de Mafalda)