El plan sanitario anunciado por el Gobierno, su relación con la historia de las políticas de salud en el país y Latinoamérica. Debate con el espacio Carta Abierta: las cualidades de una “nueva izquierda” como origen del renovado conservadurismo.
Una política de Estado
Por José Carlos Escudero *
Hace unos días la Presidenta hizo un anuncio que no ha sido bien analizado por la sociedad argentina, pero que representa el cambio de una tendencia que duró mas de medio siglo en nuestro país: dijo que la mayor parte de las retenciones móviles al agro van a ser gastadas en la construcción de muchos hospitales y centros de salud para el sector público de salud: el nacional, provincial y municipal. La contundencia de la declaración y el monto del dinero que se va a gastar muestran que ésta no es una habitual promesa de campaña o de gestión, sino la enunciación de una política de Estado nueva en salud.
En efecto, hay que retrotraerse a la mitad del siglo pasado para encontrar algo parecido: las grandes inversiones a partir de 1946 en una salud estatal, gratuita, con acceso por derecho de ciudadanía y pagada por rentas generales, que acometieron Perón y su extraordinario ministro de Salud, Ramón Carrillo. A consecuencia de esto, todos los indicadores de salud nacional mejoraron en un lapso breve, y la población se encontró con que le era fácil acceder a una atención de salud de buena calidad, sin que le costara dinero el hacerlo. Esto, junto con tantas cosas más, se incorporó al imaginario colectivo de los años dorados de aquel primer peronismo que era proteccionista, keynesiano, industrialista, que reasignaba renta agraria, que había fundado, en este extremo del mundo, un Estado de Bienestar como los que despuntaban en Europa Occidental después del fin de la guerra.
La Revolución Libertadora –recordemos, apoyada por “el campo”, la Iglesia Católica y la virtual totalidad de los partidos políticos opositores– derribó en 1955 a ese gobierno democráticamente electo. Desde entonces todo fue barranca abajo para la salud colectiva fundada por ese peronismo, una cuesta abajo a veces más empinada (con Aramburu, Videla, Menem, De la Rúa), a veces menos (con Illia, Alfonsín, Néstor Kirchner), pero la tendencia fue clara debido a una salud estatal gratuita desfinanciada, capaz de cada vez menos prestaciones y cada vez más incapaz de regular un capitalismo sin controles que hacía –y hace– su agosto en el área de medicamentos. La tendencia de la mortalidad infantil argentina con respecto a otros países de América latina y el Caribe fue clara: en 1953 uno solo de estos países tenía una mortalidad infantil menor: Uruguay. El año 2003 nos superaban siete, entre ellos algunos que, de manera que puede resultar insoportable para el racismo argentino, tienen población parcial o dominantemente negra: Cuba, Barbados, Trinidad y Tobago.
En estos días está comenzando una nueva etapa política para Argentina, y la gimnasia desestabilizadora que comenzó a operar con el conflicto con “el campo” en el futuro se desplazará a otras áreas. Ante esta situación, recordemos que la oferta a la población de una salud gratuita a la que se puede acceder de manera fácil –sin esperas prolongadísimas, sin tener que dormir en el hospital para ser atendido el día siguiente, sin postergar meses una operación o un estudio que puede ser de vida o muerte– es una de las más fundamentales prioridades de cualquier gobierno, pero que además una salud de este tipo otorga legitimidad política al gobierno que pudo implantarla. Cuando Chávez tomó la fundamental decisión política de dar salud de este tipo a Venezuela tuvo que pedir la ayuda de Cuba en el área de recursos humanos, ya que Venezuela no podía proveerlos. Argentina tiene, afortunadamente, una plétora de éstos o puede capacitarlos en plazos breves, para que se conviertan en funcionarios del Estado, con contratos en blanco, derecho no negociable. Así tendrán empleo seguro, que defenderán si descubren que la desestabilización que amenaza a su gobierno puede poner a su trabajo en riesgo; que podrán agremiarse y que, keynesianamente, puedan activar la economía, en la cual gastarán sus salarios.
Aunque no puede criticarse el anuncio presidencial, dada la escasez de detalles, hay que notar que en construir hospitales y centros de salud se tarda años, que hasta entonces no hay necesariamente mejorías en la salud de la población, y que los hospitales, estos templos mediáticos, que lucen tan bien en las inauguraciones ante la televisión, pueden ser cascarones vacíos si carecen de un plantel de trabajadores. Habría sido mejor decir además que, a breve plazo, el Estado nacional se compromete a financiar puestos de trabajo adicionales en el sistema de hospitales y centros de salud que ya existen en provincias y municipios, reduciendo así las siniestras listas y los siniestros plazos de espera que sufre hoy nuestra población cuando quiere tratar su salud. Recordemos que la espectacular mejoría en la salud colectiva de Cuba empezó antes de la construcción de edificios, y que en Venezuela los médicos comunitarios empezaron a trabajar en casas de familia, mientras se construían los centros. En este sentido, Argentina está hoy mucho mejor dotada que Cuba o Venezuela en momentos similares. ¿De dónde puede salir el dinero para esta propuesta adicional? Fácil. Gracias a la timba financiera mundial que está especulando con el “commodity” soja y haciendo subir su precio rápidamente, de las retenciones móviles al agro.
* Médico sanitarista, miembro del consejo académico de la Cátedra libre de Salud y Derechos Humanos (UBA).