5.7.09

(De Narváez) La historia no te absolverá (Por Eduardo Anguita)


Francisco de Narváez basó su fortuna empresarial en la que su familia materna, los Steuer, pudo rescatar cuando, perseguidos por el nazismo, dejaron Praga en 1939. Los Steuer eran socios de los Deutsch, que también se fueron de Checoslovaquia cuando llegaban las tropas alemanas. Estas dos familias habían desarrollado un comercio llamado Te-Ta, que significa Casa Tía en checo.

En el exilio forzoso, los Steuer-Deutsch desembarcan al año siguiente en Colombia, luego en Ecuador y, apenas iniciado el gobierno de Juan Domingo Perón, llegan a la Argentina y también al Uruguay. En el lado oriental del río de la Plata instalaron Tata –que es un sinónimo de Tía– y de este lado le pusieron Casa Tía.
Pasaron los años y la Tía crecía, con un esquema familiar. Así, cuando Francisco de Narváez era un adolescente que cursaba la secundaria, decidió dejar de estudiar y sus padres lo dejaron sumarse a Tía. Allí trabajó un tiempo, se retiró, y volvió en 1993, en pleno menemismo.

Para entonces ya entraban cadenas internacionales y se construían shoppings, pero la ventaja de Tía era que tenía casi medio siglo en el mercado y 51 locales desde Jujuy hasta Tierra del Fuego. De esas tiendas, además, las familias habían pasado a otros rubros y conformaron un grupo que incluía cítricos Ayuí, Inta (una empresa de telas para guardapolvos), la línea aérea Lapa, Econo y Paseo Alcorta, entre otros emprendimientos.

LA VUELTA DE FRANCISCO. El reingreso de De Narváez a los negocios de la Tía fue impresionante. Según su reformulación, de los 5.000 empleados sobraban nada menos que 3.500. Según consta en un paper que presentó en un encuentro en la Universidad de Harvard, “La mayoría de la gente que despedí tiene más de veinticinco años de experiencia en Tía; en conjunto me deshice de 5.000 años de experiencia. En un momento la empresa perdió su cultura; todo lo bueno y lo malo. Despedí a todos, desde cajeros hasta asistentes de gerentes. Gente que en el pasado había dirigido la empresa y, ahora, si no estaban de acuerdo con una idea, no la llevaban a cabo. Fue una decisión difícil de tomar y aún vivo con eso todos los días. No tiene sentido pensar en forma justa. No hay justicia”.

La última frase, para quien pretende convertirse en un líder peronista del siglo XXI, resuena demasiado fuerte: “No tiene sentido pensar en forma justa” equivale a decir que el actual diputado nacional De Narváez, sentado sobre una fortuna construida por su familia sobre la base del esfuerzo de trabajadores argentinos, quiere terminar con cualquier vestigio de pensamiento justo si pudiera hacerse de la conducción del justicialismo. También debería alertar a los trabajadores del multimedios América, donde De Narváez se hizo fuerte; qué futuro les esperaría si se volviera al genocidio laboral del menemismo, donde De Narváez se movía como pez en el agua. El empresario dijo lo que piensa a los académicos y empresarios con los que compartió ideas en Harvard, cuna del neoliberalismo.

LA OPERACIÓN TÍA. La liquidación era muy complicada y requería secreto. Lo que circulaba era que se trataba, en realidad, de un proceso de reinversión en la compañía. El Plan “Rumbo al ’99” era un plan de inversión de obligaciones no negociables, conseguidas a buena tasa, para abrir locales. Entonces, alineó a toda la compañía detrás de ese plan estratégico para generar motivación, y comunicó a los gerentes y empleados que la idea era llegar a posicionarse como líder nuevamente. Quizás esa idea de liderazgo empresarial fue la que lo motivó a su aspiración de convertirse en el heredero de Juan Perón. A principios de los ’90, cuando Francisco de Narváez estaba cómodo con el lugar de empresario menemista eligió los principios filosóficos de Casa Tía. Se decidió por tres que sonaban muy bien: honestidad, sencillez y ética.

Sin embargo, resultó un umbral demasiado alto para los resultados que cosechó: A poco de inculcarlos entre los empleados, contrató a una consultora para que le hiciera una encuesta interna: siete de cada diez consultados dijeron que “Tía no es honesta”.

Con respecto a la sencillez, como número uno de Tía, De Narváez no la cultivaba. Solía llegar al mediodía a la oficina después de hacer deportes, bronceado, y tenía una máquina de gaseosas de su uso exclusivo para tomar la versión de Pepsi de bajas calorías. Era un problema si no había latitas con gaseosa. Lo mismo con los yogures Ser –también diet– que llevaban jalea. Tal era la necesidad de consumir productos dietéticos que, cuando viajaba a su ostentosa casa en Villa La Angostura, tenía un ritual: llegaba en su Cessna Citation 5 al Aeropuerto de Bariloche, ahí lo esperaban con el jeep Cherokee, que previamente debía pasar por el local de Tía de Bariloche para aprovisionarse de suficientes latitas de gaseosa y vasitos de yogur.

En cuanto a la ética, es más complicado graficarlo. En todas las comunicaciones internas, Tía insistía que no estaba en venta. Pero, en secreto, De Narváez y Andy Deutsh, su socio, heredero al igual que él, tenían la decisión tomada desde 1996 de venderla y estaban en negociaciones para encontrar el mejor postor. El doble discurso era importante. Al mismo tiempo que sostenían una campaña asegurando que eran una empresa de capital nacional –el único súper que quedaba, junto con Coto– estaba valorizando Tía para venderla, finalmente, a un fondo de inversión de capitales más que dudosos. A principios de 1999, se formalizó la compra de Tía por parte del Exxel Group, presidido por el ex Citibank Juan Navarro, que manejaba fondos multimillonarios y formaba parte, al igual que De Narváez, del entorno de empresarios amigos de Carlos Menem. Exxel ya estaba en el rubro súper en Norte, asociado con la cadena francesa Promodes.

Los locales estaban trabajando con el mínimo de gente, De Narváez ya había echado a la mayoría. Una manera de “valorizar la compañía”, vendida en u$s600 millones. El día que se producía el traspaso, De Narváez citó a algunos de los gerentes, que iban a cobrar su indemnización. De parado, como de apuro, les dijo: “Los quiero saludar, les quiero agradecer y decirles que me van a seguir viendo… en las fotos de las revistas. Chau”. Se dio media vuelta y se fue. Ya había cobrado una cifra millonaria. Otros horizontes lo esperaban. Otras batallas tenía para librar.
"Una pulga no puede picar a una locomotora, pero puede llenar de ronchas al maquinista" (Libertad, amiga de Mafalda)