EL CASO DEL ESPÍA JAMES Y EL FUTURO POLÍTICO
Cuando Macri ganó la elección por la Jefatura de Gobierno porteña, mucho se discutió sobre si se trataba de una victoria electoral de la derecha. Para muchos analistas, era más bien una apuesta mayoritaria del electorado a favor de un gobierno capaz, eficiente y honesto, más allá de lo que consideran un anticuado principio de diferenciación política entre derechas e izquierdas. Últimamente cuesta, aquí y en buena parte del mundo, percibir en qué consiste un gobierno de izquierda; pero cuando gobierna un elenco de derecha se hace notar mucho su pertenencia. El caso del gobierno de Macri lo ilustra.
El trato del Estado de la ciudad de Buenos Aires con los pobres, con los sindicatos, con las organizaciones barriales, con las protestas sociales, con la educación pública, con la seguridad y la policía, entre otros aspectos, no dejan lugar a dudas. El eficientismo macrista tiene un signo ideológico y clasista imposible de ocultar. Pretende gobernar a favor de una ciudad “limpia y ordenada”, en la que la pobreza debe ser escondida -si es posible fuera de la Ciudad- y la protesta enfrentada con represión. Las denuncias sobre la acción de la UCEP, grupo de choque contra habitantes de la ciudad indeseables para el gobierno, que actúa sistemáticamente, además, en horarios nocturnos, revelan el corazón de la política gubernamental. Es una derecha que gobierna en la frontera misma de la ley. Y, últimamente, suele moverse por el lado de afuera de esa frontera.
Macri puso a Jorge Palacios como jefe de la recientemente creada policía porteña. Tuvo que echarlo en medio de movilizaciones y protestas de amplísimos sectores sociales: su relación con el atentado contra la AMIA había pasado exitosamente por el precario filtro que tiene el intendente empresario para seleccionar a sus funcionarios. Ya había habido varios casos anteriores de aparición en el primer plano de la gestión de sujetos de pública participación y/o complicidad con el terrorismo de Estado de la dictadura. Palacios se fue, pero parece haber dejado herederos. Uno de ellos, Ciro James, está ahora acusado de espiar a un connotado dirigente de la organización de los familiares de víctimas del atentado contra la mutual judía. Y muchas voces aseguran que la “curiosidad” del hombre no terminaba allí. Es funcionario del Ministerio de Educación de la Ciudad, pero allí parece que no lo conocen.
Curiosamente, los principales medios de comunicación no utilizan para el caso la palabra “escándalo”, rigurosamente reservada para situaciones irregulares que comprometan al gobierno nacional. La noticia, en estas horas, no es el descalabro de la política macrista en la policía porteña, que en la campaña electoral era la llave mágica para solucionar el problema de la seguridad urbana. La noticia es la polémica entre el jefe de Gobierno y el gobierno nacional a propósito del funcionario “educativo” de la Ciudad. Para las autoridades porteñas todo se reduce a una infiltración de su inmaculada policía distrital por las huestes kirchneristas del mal. Toda la estrategia del gobierno pro en la ciudad capital parece consistir en atribuir todas sus dificultades, todas sus falencias, todos sus escándalos a la mala voluntad del gobierno nacional. Y confiar en que la cobertura complaciente de los medios de comunicación imponga esa interpretación.
Claro que una estrategia tan limitada no puede resistir demasiado el peso de la realidad. Todo indica que la hasta hace poco refulgente estrella de la constelación neoconservadora argentina se está opacando. La prometida eficiencia es percibida cada vez más como inacción: proyectos de ampliación de subterráneos paralizados, intervenciones urbanas resistidas, conflictos docentes manejados con insensibilidad y escasa capacidad política, denuncias de abusos de la violencia estatal, marchas y contramarchas en múltiples decisiones van jalonando un visible deterioro político. En la última elección, el PRO perdió quince puntos porcentuales de votos respecto de la primera vuelta de la elección de jefe de Gobierno. Opacado el hecho por el retroceso del oficialismo nacional y muy poco analizado en los principales circuitos comunicativos, no deja de significar un toque de alerta para las pretensiones políticas de Macri.
¿Cómo afecta esta situación el tablero de las precandidaturas presidenciales? Por lo pronto se insinúa la desagregación de la alianza entre el PJ disidente de la provincia de Buenos Aires y el macrismo. Felipe Solá ya ha dicho que considera a Macri un adversario en su carrera hacia 2011. De Narváez exhibe un juego político cada vez más autónomo del supuesto liderazgo de Macri y pretende abrir otros espacios de diálogo y acercamiento; cuenta a su favor con el destartalamiento de los partidos políticos, que diluye toda frontera para sus maniobras.
En 2007, Macri se había instalado en el centro de la disputa política. Tenía dos desafíos para superar: la gestión en la Ciudad de Buenos Aires y su capacidad de seducción sobre el peronismo en un eventual capítulo poskirchnerista. Nada puede darse por cerrado, pero hasta ahora los negocios políticos del empresario no van bien. El peronismo no entró en la esperada etapa de los ajustes de cuenta y la busca de una fórmula para suplantar a los Kirchner. Más bien, las últimas movidas parlamentarias muestran un panorama bastante diferente: los disidentes, lejos de conquistar nuevas ciudadelas, empiezan a tener problemas internos, mientras el kirchnerismo ha recuperado iniciativa y fuerzas. La Ciudad no se deja convencer fácilmente por un discurso eficientista y la sistemática victimización de los gobernantes. El PRO retrocedió electoralmente en su base fundamental, compartió un triunfo resonante en la provincia de Buenos Aires con actores que hoy se muestran díscolos a su liderazgo y prácticamente no dio señales de vida electoral en el resto del país. La plataforma de lanzamiento sigue siendo muy escasa.
La derecha nunca gana con votos exclusivamente provenientes de la derecha. Tampoco la izquierda. Macri consiguió votos desde fuera de esa tradición política. Pero su práctica de gobierno no le está asegurando la retención de ese caudal; las promesas incumplidas y los brotes autoritarios más bien debilitan esos apoyos. El peronismo, por lo menos una parte de él, no tendría problemas en derechizarse (de la experiencia menemista tampoco pasó tanto tiempo). Pero el argumento de los pragmáticos son los resultados. No habrá liderazgo macrista de una coalición que contenga un espectro peronista considerable si el jefe de Gobierno porteño no altera la tendencia descendente de su relación con la ciudadanía.
Edgardo Mocca
FUENTE: Revista Debate