Palabras como madriguera, armas escondidas, conspiración del Gobierno contra sí mismo, vaciamiento institucional, vaciamiento de los fondos jubilatorios, persecución y venganza contra la directora de Clarín y sus hijos adoptados, stalinismo, fascismo, fascinerosos, etc., corresponden al vocabulario estándar de Elisa Carrió. Es que, ¿La palabra libre es la palabra impune?
Todos decimos cosas de las cuales no tenemos ni pruebas ni asideros. A veces nos arrepentimos a solas, otras las seguimos sosteniendo porque no tenemos a mano la conciencia. Cualquier sobremesa de familiares y amigos es un ejemplo estándar.
Pero públicamente expresarse con libertad exige merecer esa libertad. En ese rango están los líderes políticos y sociales.
¿Cuándo un dicho o un mensaje adquiere el carácter de impune o la condición de irresponsabilidad? Ese es un pacto no escrito entre el emisor y el receptor del mensaje. Si el emisor expresa algo vil e incomprobable y el receptor lo aprueba, se cierra el circuito de credibilidad entre ambos. O se cierra el circuito de vileza. Elisa Carrió es el modelo más cierto de libertad de la palabra. Dice lo que se le canta y cuando se le canta. Es tal su devoción por la libertad que cada vez más se demuestra a sí misma que es la que más la disfruta.
Su presencia audiovisual es muy solicitada. En los medios ejercita su impunidad verbal y su creatividad ficcional y profética. Sus entrevistadores (a veces periodistas notorios), especulan con el rating que ella y sus denuestos producen. Aunque ante ella y a modo de respuestas se permiten poner alguna cara de incredulidad o perplejidad. Como si se dijeran "No puedo creer lo que me está diciendo".
No hay ninguno hasta ahora capaz de interceptarla con una pregunta que la saque del columpio donde ella se hamaca a sus anchas mientras los otros la miran. Tampoco entre sus discípulos y aliados ninguno parece expresar la vergüenza ajena que uno supone debería abrumarlos. Hay contagios que contagian. Es como si se resignaran a que están frente a una conducta paranormal y entonces se contienen: tienen miedo de recibir una respuesta más paranormal todavía. Elisa Carrió acaba de enviar a las embajadas extranjeras un libelo en el que denuncia que el poder no lo ejerce la presidenta sino su marido: usurpador sin haber sido elegido. Compara la situación anómala institucional de la Argentina con la de Honduras. Y después en el plató y ante los micrófonos dice que esto se derrumba y que estos ladrones se van llevar todo a las islas Caimán. Se desconsuela por la libertad de prensa amenazada, a la par que predice la hecatombe argentina. Pero, por suerte, ella se autocomplace diciendo que está ahí para infundir tranquilidad. Dicho esto guiñando un ojo suficiente desde un rostro anaranjado y exhausto por la adicción cósmica solar. Lo curioso es que los propios funcionarios del gobierno destinatario de las acusaciones abismales, las banalizan diciendo que la dirigente "los tiene acostumbrados" a esos dichos. Tampoco esto es normal. Y el ninguneo, como recurso, a lo mejor la provoca. Lo cierto es que ella siempre tiene público. El show la necesita.
Aunque Carrió no responde al género del espectáculo sino que se presenta como líder con afán de gobernar. Paradoja de quien no puede gobernar su propia pulsión de impunidad.
Carta abierta leída por Orlando Barone el 5 de Noviembre de 2009 en Radio del Plata.
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NOTA: Según escuché hoy (7/11/09) por radio, Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín declararon que no están de acuerdo con la carta que Carrió envió a la embajada de EEUU y otras.