4.2.10

¿Tortura legal en la Ciudad de Buenos Aires...?

Una nueva pesadilla

“Los diamantes”, cantaba la gloriosa Marilyn, “son los mejores amigos de una chica”. Quizás. No seré yo quien le discuta a la blonda. Ahora bien, si acaso los diamantes sean o no los mejores amigos de una chica, de lo que no cabe duda es de que los eufemismos son los mejores amigos de la tortura. No menos que algunos oscuros términos técnicos, otros no menos oscuros expertos, y quienes ganan millones con tanta oscuridad.

Veamos. Hace unos días, el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires anunció y luego ratificó la incorporación del uso de Tasers, aparentemente el modelo X26, por parte de la nueva Policía Metropolitana. Los tasers, como a esta altura todo el mundo sabe, son una pistolitas que disparan unos pequeños dardos los cuales, una vez adheridos a la ropa o al cuerpo de las personas, producen descargas de unos 50.000 voltios. Su uso, se nos dice, sirve para inmovilizar sin lastimar. En su anuncio, el Jefe de Gobierno mencionó que su gobierno había decidido probar estos aparatitos, lejos de cualquier improvisación, para traer “tecnología de avanzada que se usa en otras partes del mundo” y que dicha tecnología se utilizará para “salvar vidas”. Por su parte, su ministro de Seguridad, de acuerdo a lo que leo en los diarios, calificó de “imbéciles” a quienes alzaron sus voces para objetar la incorporación de estos aparatitos, alegando que son instrumentos de tortura.

La palabra tortura tiende a evocar siniestras mazmorras, pocilgas ocultas y malolientes, con señores (y, si, claro, a veces también señoras) no menos siniestros y muchas veces también malolientes dedicando su tiempo de trabajo a infligir dolor en el cuerpo de sus víctimas a fines de extraerles alguna verdad. Epistemología naive ésta de la tortura, que parece entender a la verdad tan simplemente, como a alguna suerte de objeto o de pequeño órgano que los humanos contendríamos a modo de envases y que el interrogador se asume capaz de extraernos a través del dolor. Dichas pocilgas, con sus correspondientes señores constituyen por cierto una parte infame del presente, siempre reactualizado en diversos puntos móviles del mapa global.

La tortura se usa básicamente para extraer información, confesiones, o con fines de control social, para amedrentar y disciplinar a los ciudadanos. La tortura lastima la carne y el alma. Enloquece de dolor a quien la padece, y de despotismo, mal, a quien la aplica. Resquebraja y destruye los cuerpos, no menos que nuestro cuerpo político.

Nuestro país, sabemos, ha contribuido a tal siniestra tradición, con invenciones terribles de mencionar tales como “las prensas”, “la tenaza sacalenguas”, o “las agujas caldeadas al rojo,” tan solo algunas de las tenebrosidades listadas por Darius Rejali, en su obsesivo y minucioso libro Tortura y democracia (Torture and Democracy; Princeton University Press, 2007).

Más allá del folklore, la Convención de las Naciones Unidas define a la tortura como la práctica de infligir dolor de modo deliberado, por parte de “un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia”. El carácter de funcionario público del agente, y su abuso de la autoridad que la sociedad le ha conferido, resultan decisivos en la definición.

Uno de los hallazgos empíricos del trabajo de Rejali es que las democracias no han dejado de torturar. Sólo que torturan sin dejar marcas. Precisamente, una de las paradojas que jaquean a la consolidación del movimiento internacional de derechos humanos tanto como a la democratización de las ultimas décadas, nota el autor, es que en lugar de conllevar la desaparición del uso de la tortura, como sería esperable, han llevado en cambio a su transformación en lo que él llama tortura “limpia”. Que se trata nada menos que de métodos tan mortificadores como los de las mazmorras pero que no dejan marcas visibles en el cuerpo.

En otras palabras, como el torturador sabe que en cualquier régimen democrático los ciudadanos ultrajados recurrirán a los medios, jueces y organismos de derechos humanos, le vuelve imposible a su víctima hacer lo propio a través de no dejarle ninguna cicatriz que exhibir como prueba. Ello lleva a desdibujar representaciones establecidas sobre víctimas—la víctima de la tortura como alguien que puede mostrar la prueba de la infamia—tanto como las prácticas y tradiciones forenses.

Esta es la razón por la cual, sigue Rejali, las tecnologías de electrotortura han ganado tanta difusión. Sostenida en una variedad de dispositivos, la tortura eléctrica, término extraño y futurista si los hay, no deja de expandirse en el mundo. Particularmente, oh paradoja, en las democracias.

Los tasers son una de las niñas mimadas en esta historia. Porque admiten múltiples usos, y a la vez son y no son instrumentos de tortura. A diferencia de la criolla picana, por ejemplo, cuya posesión en una comisaría no podría justificarse ante ninguna inspección, los tasers admiten los usos benignos que han fascinado al gobierno de la ciudad de Buenos Aires tanto como otros con propósitos de tortura.

Los pequeños dardos disparados por la pistola taser, explica Rejali, dejan unas marquitas del diámetro aproximado de un lápiz, con ampollas que desaparecen en unos días. Los dardos pueden adherirse a la ropa de modo tal de minimizar marcas en la piel. Estos adminículos tienen capacidad de producir niveles insoportables de dolor si son colocados en cercanía de las articulaciones.

Si bien sus defensores proclaman que el taser es tan solo una herramienta de protección de la vida que no ha ocasionado ninguna muerte, nada más en los Estados Unidos, Amnistía Internacional registra mas de 360 muertes ocurridas desde 2001 luego de que la víctima recibiera un shock con estos instrumentos (“USA: Stun weapons: Recommendations to the US authorities on their use”, 31 de octubre de 2009).

Respondiendo a quejas y denuncias, Taser International, la compañía que fabrica y vende estos aparatitos, en su modelo X26 introdujo un sistema electrónico de monitoreo que registra la duración, intensidad, y temperatura de cada descarga. Ahora bien, lo que ninguno de esos sistemas es capaz de registrar es si el taser está siendo utilizado o no como instrumento de tortura.

Una de las preguntas que Rejali se hace es por qué algunos instrumentos y técnicas de tortura alcanzan difusión mientras que otros no. Y el secreto que la historia moderna de la tortura sugiere es lo que en inglés se llama networking, o sea organizar redes institucionales, corporativas y académicas que acepten, adopten y estén dispuestos a defender una cierta tecnología. El ejemplo más exitoso de esta estrategia es precisamente el que ha llevado a la expansión de las pistolas taser. Desarrollados por John Cover, su éxito se debe no solo a sus características sino también, fundamentalmente, al sólido lobby que Cover logró organizar. Extendida, poderosa, y solvente, la red ha logrado que el tirarle rayos a la gente, así jugando a lo Zeus, se perciba y trate como normal en varias sociedades.

De la mano del Jefe de Gobierno de Buenos Aires, el franchise del lobby de los tasers llega a las pampas. No sé si será de utilidad averiguar quiénes integran el franchise local del negocio de los tasers, ni cuántos cientos de miles o millones hay en juego. Pero sí es sustantivo tener en cuenta que, tal como lo muestra el caso de los Estados Unidos, una vez que estas historias se arman, pareciera imposible desmontarlas.

Desde el punto de vista de la compañía, Buenos Aires solo representará una ínfima expansión en un mercado global conformado por varios miles de instituciones policiales y otras compañías. Desde nuestro punto de vista, la entrada de estas pistolitas introducirá una nueva pesadilla.

La introducción de tasers en nuestro país agregará un demonio más a la caja de Pandora criolla. Demonio éste de cara inocentona, hecho de ambigüedad y eufemismos. Un demonio artífice de tormentos inenarrables infligidos en la carne y en el alma de víctimas que no tendrán forma alguna de probar que fueron sometidas a la tortura.

Tortura siglo XXI. Desgrana y destruye el cuerpo y el alma de los sometidos, los deja marcados por el horror, descompone sus identidades, su dignidad, su deseo, sus vidas y sus comunidades, y logra hacer todo esto sin dejar marcas. Tortura limpia, eléctrica, moderna. Ultimo grito en materia de tortura. De modo tal que, de aquí en mas, los torturados, además de de sospechosos, comenzaran a ser acusados de fabuladores, mitómanos y locos. El sueño de todo torturador moderno en cualquier democracia.

En nuestro país, sabemos, la tortura constituye un delito gravísimo. La Convención contra la tortura tiene estatuto constitucional. En nuestro país, sabemos, se tortura. Lo denuncian el Comité contra la tortura de las Naciones Unidas, Amnistía Internacional, el CELS y la CORREPI, entre otros. En Argentina, en la democracia argentina, a veintisiete años de la restauración democrática, se tortura. Los cuerpos y las voces de los condenados, también lo sabemos, tienden a ser tan elididos como el saber acerca de estas prácticas. Sí, en el año del bicentenario, en un país en el cual hemos consagrado a los derechos humanos como parte de nuestra identidad, se tortura. Trago amargo, especialmente para las víctimas cuyos reclamos permanecen ignorados.

La introducción de toda nueva tecnología, nos advierte Paul Virilio, conlleva la invención de su “accidente”. Así, la invención del avión anticipa la catástrofe aérea, y la catástrofe de Chernobyl se halla latente desde la inauguración de la primera planta de energía atómica. Sería por lo tanto ciertamente prudente comenzar a interrogarnos acerca de qué “accidentes” estamos anticipando con la introducción de cualquier elemento tecnológico nuevo. En esta dirección, un “accidente” cierto de los tasers ES la tortura.

Imaginen. Si, tal como sostiene Maria del Carmen Verdú en su reciente libro, existe en nuestro país resistencia por parte de miembros del poder judicial a reconocer casos de tortura como tales, y de los varios miles de denuncias en estas últimas décadas no muchos más de una docena han logrado reconocimiento, ¿qué podremos esperar de un escenario en el cual el estado adopta tecnología que facilita torturar sin dejar huellas visibles en los cuerpos?

Por Guillermina

Fuente: Artepolítica
"Una pulga no puede picar a una locomotora, pero puede llenar de ronchas al maquinista" (Libertad, amiga de Mafalda)