22.5.12

Otro tipo de preguntas (Por Eduardo Aliverti)

Qué atractiva semana, como tantas otras, para confundirse entre lo presuntamente urgente y lo importante.

La infinita y comprensible bronca citadina por el paro de subtes, los Schoklender presos, Macri llegando al juicio oral por espionaje, los algunos o muchos que no pueden comprar dólares. Se sumó, para indignación del señoragordismo y al menos según las pretensiones mediáticas de la ultraoposición (pero sin que deba negarse el impacto), la payasada de repartir medias entre chicos africanos con la inscripción “Clarín Miente”. Jugada patética, porque no se entiende para qué le regalan esas actitudes adolescentadas a las fieras de la contra. Contestar, cirqueramente, al circo que se vio el domingo anterior por televisión abierta, pone en igual altura a los unos y los otros. No se niega que las chicanas son necesarias para hacer política, pero en algún momento es igual de necesario dejarlas con exclusividad en manos del adversario; al que, como se sabe, no hay que llamar “enemigo” porque suena violento. Digresiones aparte, ¿cuál de los temas mediáticos en los últimos días merece ser incluido en una lista de asuntos primordiales, para las necesidades e intereses de las mayorías? Desde ya que el paro en el subte. Pero la cuestión que más pintó para eso -y volverá a pintar- es el enésimo choque del kirchernismo con Scioli, porque en eso se juega si una salida a derecha de este modelo puede engendrarse dentro del mismo kirchnerismo. La propia derecha descartó seguir con eso para dedicarse a si una ex novia de Boudou le gestó pasajes al hermano del vicepresidente en viajes pagados por Ciccone, y a los vericuetos de una justicia federal amainada que en tiempos de la rata les importó un pito. Y a lo imperioso de que Cristina dé conferencias de prensa, para que por vía de los cruzados impecables nos enteremos de todo los que nos oculta “el régimen”. Si es por noticias podrían haberse centrado en que el amigo Pedro Blaquier, presidente del Ingenio Ledesma, no se presentó a declarar en la causa de la Noche del Apagón, el 27 de julio de 1976, cuando las camionetas de su empresa sirvieron al objetivo de chupar 400 trabajadores. Blaquier, que se fue del país hace un mes, no se presentó a declarar por razones de salud. Los cruzados no escogen preguntar acerca de eso.

Si es profundidades antes que superficies y como para sumar a Paul Krugman, premio Nobel de Economía, que para desgracia de los cantos de sirena de nuestra derecha arremete cada vez más con el ejemplo de lo bien que hizo las cosas el gobierno argentino, tómese nota del artículo de Mark Weisbrot publicado en el diario inglés The Guardian. Miembro del Centro de Economía e Investigación Política, se refiere a uno de los grandes mitos sobre la economía argentina: que su crecimiento rápido, durante la década pasada, se debió al auge de las exportaciones de materias primas. Weisbrot, previo a refutar esa tontería, recuerda que no vio a ningún economista afirmar que ese crecimiento extraordinario del país fue generado por la soja o los commodities en general. Una apreciación nada menor porque, en cada oportunidad que los sesudos dirigentes y periodistas de la oposición aprovechan para hablar de que crecemos por descansar en un paraíso de soja, pareciera que representan al pensamiento del establishment analítico mundial. Más luego, Weisbrot tira un dato casi tan público como relevante. Sólo un 12 por ciento del crecimiento real de la riqueza argentina se debió a exportaciones. Y encima, sólo una fracción de ese porcentaje se relaciona con exportar materias primas. Soja incluida. Es el mismo articulista quien cita a Krugman, para descubrir cómo es posible que se mienta tanto a la hora de explicar nuestro crecimiento: los comentarios sobre la Argentina tienen un tono más que negativo; somos un país irresponsable, estamos renacionalizando las industrias y tenemos un discurso populista, de modo que nos debe ir muy mal sin importar lo que los estudios indiquen. Weisbrot retoma que usar el mito del boom de los commodities, verbigracia por cómo Argentina necesita del “campo”, es la manera de los detractores del país para atribuir su crecimiento a la pura casualidad. Para seguro
horror de los chantas y operadores que todo el tiempo machacan con nuestro aislamiento del mundo, subraya que la expansión económica argentina es producto del consumo interno, la inversión doméstica, el impago de la deuda y la devaluación de la moneda, que dejaron libre al Gobierno para cambiar sus políticas macroeconómicas. El remate de la nota del economista norteamericano, cuyas opiniones son publicadas no precisamente en los ejes del mal sino en los diarios más importantes de Estados Unidos, es, también, tan previsible e irrefutable como no asimilado por las viudas del neoliberalismo. “Se les dice a los habitantes de Grecia, España, Portugal, Irlanda, y otros países, que se tienen que tragar (…) medicina amarga; y que no hay alternativa al sufrimiento prolongado, ni al alto desempleo (…) Sin embargo, la experiencia argentina indica que esto no es verdad. Sin duda, hay alternativas mejores. Y no tienen que ver con la soja ni (con) los booms de exportaciones (…)”.

¿Cómo no relacionar una estructuralidad de este tamaño con el hecho de que hay dificultades, y enconos gauchócratas, para corregir lo obsceno de un impuesto agroinmobiliario por el que los campestres tributan unos miles de pesos, por año, por tierras que valen millones de dólares? ¿Cómo no conectar eso con que nos hablan de rojos fiscales, desfinanciamientos provinciales, cepos contra la compra de dólares, mientras el garcaje que la levanta en pala sigue diciendo, como toda la vida salvo en dictadura, que lo ahogan impositivamente y no lo dejan producir? Uno supone que, si de algo sirvió y sirve esta intentona kirchnerista a fin de equiparar un poco el reparto de la torta, debería ser para que, por lo menos, haya disminuido la cantidad de colgados de una palmera capaces de creer que la razón la tiene el de más guita.

Si no se creyera en eso, debería concluirse en que terminarán ganando los periodistas corporativos que tienen ganas de preguntar lo que después no preguntan nunca. Y los que nos desayunan con que el país se viene inevitablemente abajo. Y los que aceptan hacerse los graciosos rifando su prestigio, a cambio de parecer críticos independientes. Y los gurús que supieron pronosticar al dólar a diez pesos, y los tarados que se lo creyeron. Y los que juegan a investigadores. Y los que ubican en el centro del universo las sospechas de corrupción que nunca hacen recaer en los empresarios que les pagan. Y los comentaristas radiofónicos de los diarios. Y el tipo que dice que no le corresponde administrar al subte cuando no hay más subtes que los que pasan por el ejido que admnistra. Y los tilingos que atacan con que a los propagandistas oficiales los pagamos todos los ciudadanos, como si no fuéramos igualmente todos los que pagamos los sobres, en blanco o en negro, que cobran los moralistas impolutos. Esa gente, la que cobra y la que les hace el coro desde la pretensión de “independencia” dirigencial-periodística, ¿tiene claro que el precio de cada producto que compramos y consumimos los “ciudadanos”, cada yogur que nos aligera el intestino, cada auto, cada champú, cada banco privado que nos promete a crédito el reino de los cielos, cada paquete de yerba, cada panacea de siembra directa, cada lubricante peneano o vaginal, cada maquinaria agrícola que producirá rindes estratosféricos, tienen cargado el costo de publicidad con que después los medios le pagan a los periodistas independientes que nos dicen que son vírgenes?

¿Usted quiere que la alternativa a lo que representa la yegua sea lo que esa gente representa?


Fuente: MARCA DE RADIO
"Una pulga no puede picar a una locomotora, pero puede llenar de ronchas al maquinista" (Libertad, amiga de Mafalda)