Argentina made in USA
Dennis Avery ha sido por años un alto funcionario del USDA, Ministerio de Agricultura de EE.UU., y se presenta como “analista agrícola Senior del Departamento de Estado”. Con la candidez característica de tanto estadounidense explica en la introducción a su libro Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas, [4] que estaba “escribiendo otro [libro] que trataba sobre la importancia del libre comercio para la agricultura estadounidense.” Su última frase es reveladora de toda una política: preservar el suministro de víveres por parte de EE.UU. a países que vayan perdiendo así su soberanía alimentaria.
Claro que siempre con las mejores intenciones: frente a una sequía por ejemplo, ir en auxilio con la ley 480, regalar cereales un año, dos, y cuando los agricultores locales no puedan ya no recuperarse de la sequía sino de la competencia con los granos introducidos “solidariamente” por EE.UU. con precios de dumping, es decir, cuando se ha logrado debilitar la soberanía alimentaria y se ha “desarrollado” la dependencia ídem, entonces sí, iniciar el negocio con precios en alza.
EE.UU. se ha especializado, usando los alimentos como arma geopolítica en ir estableciendo en tantos países como sea posible el régimen que Devinder Sharma con lucidez ha caracterizado como “del-barco-a-la-boca”: la población tiene que aguardar lo que va llegando al puerto para poder comer. Mayor esclavitud alimentaria es difícil de imaginar. Sobre todo porque, durante milenios, todos los pueblos aprendieron a alimentarse a sí mismos. Razón elemental: si no lo hacían, no sobrevivían.
Observemos, al pasar, que el libro cuya introducción hemos estado glosando, Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas, tiene un título que es de por sí toda una plataforma ideológica y estratégica.
La teoría económica del eurocentrismo encontró una superación científica a aquella vieja, tradicional, soberanía alimentaria: la ley de las ventajas comparativas por la cual cada comarca, cada estado, debe dedicarse exclusivamente a lo que mejor produce; esa optimización económica permitirá agrandar la torta mundial de productos y por lo tanto permitirá que todos reciban más. Oh, maravillas de la ciencia económica.
Como sabemos, para los ideólogos, cuando la realidad choca con la teoría peor para la realidad. Y así hoy tenemos un mercado más globalizado que nunca, adaptado a la “ley” de las ventajas comparativas como nunca antes estuvo el planeta, y sin embargo, cosa curiosa, hay casi mil millones de seres humanos que se acuestan con hambre cada día o que ni duermen por el hambre o que literalmente mueren de hambre. La dependencia alimentaria tensiona y hace sufrir cada vez a más gente.
En la introducción ya citada dice Avery que su tarea desde el Hudson Institute es “comunicarles a los productores agrícolas [estadounidenses] que ellos podían ayudar a alimentar al Asia.” Tal vez porque los indios y los chinos jamás aprendieron a alimentarse… paradójico para tratarse del continente por lejos más poblado del orbe; bastante más de la mitad de la población humana mundial vive, se alimenta, se ha alimentado por milenios, en Asia…
Obviamente, la pretensión de que EE.UU. alimente al mundo es un poco excesiva. Pese a sus excelentes praderas y extensión, no alcanza.
Argentina y EE.UU.: gran tándem con piloto automático ¿o yanqui?
Pero el señor Avery tiene sus soluciones. Que en rigor, debemos entender como políticas públicas de EE.UU. puesto que Avery es todo menos un líbero, un marginal o un intelectual autónomo. Por Avery nos enteramos de los planes que tiene el USDA para la India. ¿El Ministerio de Agricultura de EE.UU. confeccionando la política de la India en su zona rural? Es indudable que ese Ministerio piensa por todos nosotros, dios no nos libra ni nos guarda. Avery nos informa de los planes que a mediados de los ’90 tenía el USDA para el campo indio, compuesto entonces por unos 500 millones de campesinos: reducir esa población, rural, a 50 millones en diez años. Esto, para modernizar el país, consigna sagrada si las hay.
Es curioso el afán bienhechor de ciertas presencias. En el siglo XVIII, por ejemplo, Inglaterra desmanteló prácticamente toda la actividad textil india (para favorecer la propia) y logró así postrar al país en un estatuto de vasallaje. Cuando el subcontinente indio sufre todavía la secuela de aquella “ayuda”, a fines del s. XX, es EE.UU. el que quiere “ayudar” ahora a la India desmantelando toda su estructura agraria… Hasta donde sabemos, el plan del USDA no se ha concretado, al menos con la radicalidad presentada por Avery: en el 2002, la población rural india todavía superaba a su población urbana (totalizando la población del estado más de mil millones de seres humanos).
¿Qué papel desempeña Argentina en la teoría de las ventajas comparativas, a la que son tan afectos los voceros del clan sojero argentino?
Avery nos lo señala bastante claramente. Nos lo señalaba así en 1995, en el momento del despegue de la soja transgénica en Argentina y las consiguientes cosechas que van a ir estableciendo un récord cada año sobre el anterior. Cuando el conocidísimo jurisconsulto y hombre de derecha Carlos Menem desmantela todos los organismos públicos del país y entrega la política agraria a Monsanto, que es como decir, relaciones carnales mediante, a EE.UU. Nos comenta Avery: “Solamente en EE.UU. y Argentina hay suficiente superficie fuera de producción (debido a políticas oficiales) como para alimentar a otros 1500 millones de personas.” (ibíd., p. 123)
Avery nos muestra así como se unen las praderas norteamericanas y las pampas argentinas en una política mundial.
El horror que escudriña Avery a lo largo de su libro es a la “política de autoabastecimiento de alimentos”. Es decir, que haya más y más sociedades venciendo la pesadilla del-barco-a-la-boca. Porque eso perjudicaría… a EE.UU… y a Argentina. Con semejante política “quedarían torpemente ociosas más de 40 millones de hectáreas de las mejores tierras agrícolas del mundo ubicadas en países como EE.UU. y Argentina, y se obligaría al mismo tiempo a los productores agrícolas de Asia a roturar hasta el último rincón de tierra disponible.” (ibíd., p. 286).
Las explicitaciones de Avery nos permiten visualizar mejor el papel de Argentina en la política mundial de alimentos llevada adelante por EE.UU.
En EE.UU., cuando en 1999 un grupo de objetores a los trámites de aprobación de las técnicas transgénicas lleva a los tribunales a la FDA y transitivamente a Monsanto y otras corporaciones por el ejercicio de métodos considerados viciados (o viciosos) para tales aprobaciones, [5] el presidente de EE.UU., a la sazón Bill Clinton, establece el fast track, para dar el visto bueno a los alimentos transgénicos sin tantos miramientos legislativos ni judiciales. El argumento fue lapidario: tales alimentos constituyen parte de “la seguridad nacional de EE.UU.” De más está aclarar que Clinton no hace referencia alguna a la seguridad nacional… argentina. El golpe de mano de la Casa Blanca constituye una excelente demostración de cómo se conciben los alimentos como arma.
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