9.8.08

En Bolivia, se vota mucho más que el mandato de Evo

Con el referéndum revocatorio que se realizará mañana, el presidente boliviano buscará volcar en su favor la confrontación que mantiene con los sectores opositores.

Por: Oscar Raúl Cardoso

No hay mejor modo de lidiar con una crisis, que entender de modo cabal qué es lo que la ocasiona. De esto se trata la que se está desarrollando en Bolivia y que alcanzará otro mojón mañana, cuando la población decida si desea revocar el mandato del presidente Evo Morales y de ocho de los nueve prefectos (gobernadores) de los departamentos del país.

Si uno atiende sólo a las consignas estentóreas y cerradas del oficialismo y la oposición y a los reiterativos informes periodísticos, puede llegar a creer que efectivamente se trata de una puja por la riqueza básica (petróleo, gas natural, potencial agropecuario) del país cuyo grueso se acumula en cuatro de sus departamentos (Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija), o por los contenidos de una reforma constitucional, o bien por una lucha que busca oponer una dosis de federalismo a un sistema nacional férreamente centralizado, o aun la búsqueda de una definición final en el "eterno combate" entre la izquierda y la derecha.


El problema de estos enunciados es que intentan definir la totalidad de un problema que es mucho más complejo y que tiene muchos más componentes. Por ejemplo el contenido racista que también lo tiene: está visto que un importante sector de la sociedad boliviana (no sólo numéricamente, sino por los medios que históricamente ha monopolizado) no puede hacer la menor de las paces con el triunfo de un indígena --Morales-- en las elecciones presidenciales de diciembre del 2005 y con la primera mayoría absoluta que recuerde la historia institucional del país.

Hay también una dimensión mayor en este problema que excede las fronteras del país y que la coloca en una perspectiva que uno puede rastrear al resto de la región latinoamericana. Se trata del arduo proceso de reformular el contrato social de sus democracias, permitiendo la inclusión de sectores olvidados por la modernización de las últimas décadas a través de una redistribución del ingreso.

Una redistribución que, por mucho que se la imagine tranquila, hace necesaria que algunos que han tenido demasiado en el pasado reciente deban conformarse con algo menos de aquí en más. Nadie parece querer abordar esta faz del problema de modo franco, ni en Bolivia ni en otros lugares. Cuatro meses de conflicto entre el Gobierno nacional y el campo en la Argentina tuvieron este denominador común. Lo mismo puede descubrirse apenas uno despeja los gritos del debate doméstico venezolano por el gobierno de Hugo Chávez o en la raíz de la resistencia de la oposición al proyecto de reforma constitucional de Rafael Correa en Ecuador.

El desafío a Morales está justificado, según sus críticos más implacables, en la necesidad de evitar la construcción "de un modelo socialista" que debilita la vigencia de la ley, amenaza la propiedad y hace imposible la llegada de inversión internacional. Pero desafía también a un gobierno que ha sumado a más de dos millones de niños y ancianos a planes de asistencia social en un país donde la pobreza aun abraza la vida de 60 por ciento de sus habitantes.

Morales también ha realizado una reestructuración de los contratos con las empresas petroleras internacionales que operan en el país, que permitió al Estado participar con una mayor cuota de los beneficios y que ha mantenido al presupuesto nacional lejos del rojo deficitario durante los pasados dos años, algo que no hace mucho sonaba a fantasía en Bolivia.

La puja por la distribución de la riqueza precisa siempre, para resolverse, de una definición previa: saber quién manda. Y como este interrogante básico no ha sido develado aún en Bolivia no será este referéndum revocatorio el que dé la respuesta necesaria. No parece haber en las cartas un triunfo --de cualquiera de los bandos que compiten-- tan claro que no deje margen para la continuidad del conflicto.

Las encuestas sobre lo que las urnas dirán mañana anticipan que Morales muy posiblemente obtenga los votos necesarios para mantener su gobierno (igual que la mayoría de los prefectos). Debido a los muchas veces inexplicables vericuetos legales del país, el presidente precisa del 46,3 por ciento del voto (porcentaje igual al que votó en su contra en el 2005) mientras que los prefectos necesitarán del 50 por ciento para adjudicarse la continuidad. Pero nada augura una victoria como la registrada en 2005.

Varios de los prefectos amenazados por un pronunciamiento electoral negativo han dicho que, sencillamente, lo ignorarán agregando amenazas no demasiado veladas. Manfredo Reyes Villa, un ex militar que actualmente gobierna Cochabamba es uno de ellos y le ha prometido a Morales "guerra, si lo que quiere es guerra".

Hay algo particular en la historia de Bolivia. Desde 1825, año de su independencia, la violencia la recorrió en casi innumerables oportunidades colocándola cada vez al borde del precipicio histórico. No obstante si siempre evitó ese salto al vacío --verbigracia, una guerra civil-- algunos se preguntan si la inercia de la crisis no hará esta vez que sea imposible detenerse en el borde.

FUENTE: Clarin




"Una pulga no puede picar a una locomotora, pero puede llenar de ronchas al maquinista" (Libertad, amiga de Mafalda)