29.11.09

Equivalencias (Por Eduardo Aliverti)

Una vieja sentencia, bien propia del maravilloso cinismo británico, estipula que el periodismo consiste en llenar los lugares que dejan libres los anuncios publicitarios.

La frase bien podría corroborarse tomando los grandes diarios de circulación nacional, cuyas ediciones de algunos (cuantos) días se empeñan en demostrar que si hay crisis no se nota porque el centimetraje de publicidad es apabullante. Pero también puede adaptársela a las proporciones informativas respecto de sí mismas. Es decir: cuántos y cuáles lugares ocupan ciertas noticias porque hay otras, tradicionalmente centrales, que en la coyuntura desaparecieron o carecen de sitial preponderante. Cabría la presunción de que algo de esto debe contemplarse, si se toma nota del papel secundario que, últimamente, adquieren las informaciones del ámbito económico.

Es imposible, por supuesto, no constatar que la economía, tanto en sus grandes aspectos como en los individuales o menos repercutidos, está presente en casi todo lo que sucede. Desde las inundaciones hasta “la inseguridad”; desde el debate por la libertad sindical hasta las denuncias de corrupción; desde la ley de Medios hasta el proyecto de reforma política, en algún punto todo pasa por la economía porque allí anida el cómo y para quiénes se gobierna, y el cómo y para quiénes se intenta plantar una alternativa de gobierno u oposición. Gobernar, o preparase para ello, es administrar y proyectar la economía. La política radica finalmente en eso, y de allí aquello de que la política es economía concentrada. Si es por frases y por este país, hay ésa de que “gobernar la Argentina es mantener quieto al dólar”, por ejemplo. O la famosa de la campaña presidencial de Clinton: “Es la economía, estúpido”. Se busque por donde se busque, terminará siendo la economía porque es, nada menos, lo que atraviesa todo lo que se relaciona con la calidad de vida.

Sin embargo, ese rasgo estructural, filosófico, de lo económico, en ciertos momentos o etapas no es lo único que construye las noticias (aunque siempre subyazca). A veces, el valor que se le da a lo episódico tiene una relación inversamente proporcional con lo que la sociedad percibe, de la economía, en su actualidad y rumbo macros. Veámoslo desde esta lógica: si hubiera seria preocupación, o fuerte inquietud, por lo que puede suceder con los salarios, las reservas monetarias, la deuda, los precios, el desempleo, ¿habría que los grandes titulares sean las peleas de Moyano con la Corte Suprema, o los cruces de los K con Clarín, o la polémica sobre los asesinatos y delitos en el conurbano bonaerense, o el Macrigate, o el valijero, o Papel Prensa, o lo que dicen Legrand, Tinelli y Susana? ¿Habría que la asignación por hijo para familias de carenciados, un reclamo que se hacía oír a los gritos, hace años, desde todo el espectro político, quedara mediáticamente subsumido en cómo puede ser que no se hubieran previsto las colas de reclamantes ante las delegaciones de la ANSeS? ¿Habría que para hablar de terremotos financieros tengan que remitirse al default de una empresa de un emirato árabe? ¿Habría que se trate de que la maestra asesinada en Derqui quería ser mamá, como recuadro destacado de portada?

Podemos tomar el análisis que hacen los propios especialistas en economía, de los grandes medios, sobre la prospectiva de “los mercados”. La recaudación impositiva aumentará por el ingreso de las retenciones a la soja, que andará de cosecha espectacular (si el suelo queda hecho mierda y a la hora de evaluar catástrofes “naturales” debe examinarse la deforestación y el sembradío irrestricto es otro problema, que no le mueve un pelo a los liberales). La tasa de interés norteamericana es cero, prácticamente, y eso hace que los bonos argentinos sean muy atractivos para los inversores porque, encima, cayó bien la reapertura del canje de deuda con los que habían quedado afuera. El Banco Central sigue comprando dólares porque la entrada de divisas tiene fortaleza. Aumentan los depósitos en los bancos. Los economistas corrigen hacia arriba las cifras de reactivación. El gasto público y el aumento a los jubilados permiten imaginar un incremento del consumo pero el riesgo de inflación que eso supone es chico, comparado con el despegue que tendría la actividad en su conjunto. Subrayemos lo siguiente: todo esto no es lo que dice el oficialismo ni sus órganos de prensa ni sus simpatizantes (que también, claro), sino un compendio de lo que opina el conjunto de los analistas y militantes del establishment. Voceros del agro incluidos. ¿Por qué será que la Mesa de Enlace está guardada, y que recién ayer volvieron a tenerse noticias tras la reunión con el ministro de Agricultura? ¿No era que deberíamos importar leche más temprano que tarde, y que ya no se vende ni un tractor, y que había que aprender de Uruguay, y que los pueblos del interior se mueren, y que el trigo no daría abasto para el consumo interno, y que el bife de lomo debía costar 80 pesos? ¿Cuándo mintieron? ¿En la trifulca por la 125 o ahora? ¿O siempre?

Muy bien. Como ésa es la realidad o lo que los mismos representantes del poder concentrado dicen que es la realidad, volvemos a la hipótesis de con qué se llena el espacio que dejaron libre los pronósticos de tragedia. La malaventura anunciada por ellos, insistamos, porque, si es por la otra forma de ver la realidad, vaya si existen la tragedia y el acostumbrado paisaje de la conflictividad crispada. Ahí están, como poco menos que toda la vida en términos de memoria reciente, los inundados, los paros de los maestros, los indigentes, los hospitales públicos en colapso o por ahí, el drama de la vivienda. Jamás, nunca jamás, eso les fue un indicador a tener en cuenta. Les fue lo que sociológicamente se sabe denominar “normismo”; esto es, aceptación de que el mal funcionamiento de algo, cualquier cosa, aun cuando incluya el sufrimiento de vastas masas de población, es un hecho natural: pobres y miseria habrá siempre. Así que no es eso. Es medir con los parámetros que a ellos les importan. Y si esas cuantificaciones dan bien, lo que resulta es que el debate político se circunscribe a chiquitajes. Porque convengamos, asumiendo que decirlo es de una alta incorrección y que no hay otra que malinterpretarlo: valijas, espionajes, sobreprecios en licitaciones públicas, Carrió diciendo que Cobos es una ameba y si el fútbol es para todos o todos pagamos la televisación del fútbol, apenas para ejemplificar, son al fin y al cabo elementos colaterales de quién impone un Gran Relato. Menem fue uno de los que entendieron que funciona así, y ganó con el 50 por ciento de los votos cuando ya se sabía que era una canalla. El espacio que dejaba vacío la fantasía de que económicamente se estaba bien fue ocupado por las denuncias de corrupción (en el segundo tramo de su sultanato), sin que los medios se detuviesen en “la inseguridad”, por caso. Ahora, el punto es análogo. En la edificación noticiosa, a falta de que la economía no parece afrontar tormentas, se impone luchar en forma salvaje por los intereses corporativos afectados, a través de que los medios destacan lo políticamente episódico. Con la diferencia, claro, respecto del menemato, de que entonces el poder económico estaba chocho; y ahora ve que algunos o varios de sus privilegios están lastimados.

Volvió una enseñanza que nunca debe irse. Lo que se dice y publica tiene tanto valor como lo que se ignora u oculta. Debe ser que, de tan obvio que es, un montonazo de gente parece haberlo olvidado.

FUENTE: Marca de Radio



"Una pulga no puede picar a una locomotora, pero puede llenar de ronchas al maquinista" (Libertad, amiga de Mafalda)