Sandro Cruz: Vamos a parar aquí… Se trata, en efecto, de un sistema muy complejo y tenemos que ir despacio para explicarlo bien. Me gustaría que esta entrevista quede como una especie de manual para los profanos. Usted acaba de decir que: «No federó comunidades locales para crear un Estado sino que dividió el Estado utilizando comunidades locales.» Me cuesta trabajo entender la segunda parte de esta frase. Como quiera que sea, alguien dirige esos Estados, y ese alguien viene de una comunidad local. ¿Quién tiene entonces el poder político en esos Estados? ¿Existe, a ese nivel, una verdadera selección democrática?
Thierry Meyssan: Para Alexander Hamilton, el miedo al «populacho» y el deseo de crear una oligarquía estadounidense equivalente a la gentry británica eran obsesiones. Con el tiempo su corriente política concibió todo tipo de barreras para mantener al pueblo lejos de la política.
Como siempre, cada Estado dispone de sus propias leyes. De forma general, el objetivo de esas leyes es limitar la posibilidad de creación de un partido político y la presentación de candidatos a las diferentes elecciones. En la mayoría de las elecciones locales está prohibido presentarse [como candidato] sin la investidura de un partido y en la práctica es imposible crear un nuevo partido.
El sistema más caricatural es el de Nueva Jersey donde hay que reunir al 10% de los electores para poder crear un nuevo partido, condición que –como todo el mundo sabe– es irrealizable y que impide definitivamente que los pequeños partidos estadounidenses puedan abrir una sección en el Estado de Nueva Jersey.
Se trata de un sistema totalmente cerrado sobre sí mismo en el que, en definitiva, la vida política se ve confiscada por los responsables de los dos grandes partidos políticos al nivel de cada Estado. Es impensable poder desempeñar un papel si no se logra antes ser cooptado por esa gente.
Volvamos a la elección presidencial. Alexander Hamilton otorgó poderes a los Estados. Estos designan a los llamados “grandes electores”, cuyo número se determina en función de la población [de cada Estado]. Y son esos grandes electores quienes eligen al presidente de Estados Unidos, no los ciudadanos. En el siglo XVIII ningún Estado consultaba a la población en ese sentido, hoy cada Estado realiza una consulta. En 2001, cuando Al Gore recurrió a la Corte Suprema ante el fraude electoral de la Florida, la Corte recordó la Constitución: quien designa a los grandes electores es el gobernador de la Florida, no la población de la Florida, y Washington no puede inmiscuirse en los problemas internos de la Florida.
Hay que entender que Estados Unidos no es, ni ha sido nunca, ni quiere ser un Estado democrático. Es un sistema oligárquico que concede gran importancia a la opinión pública como medio de prevenir una revolución. Con muy raras excepciones, como Jessie Jackson, ningún político estadounidense pide que se reforme la Constitución y que se reconozca la soberanía popular. Por eso es particularmente cómico oír al señor Bush anunciar que va a «democratizar» el mundo en general y el Gran Medio Oriente en particular.
Sandro Cruz: Precisemos, por favor. ¿Los electores y los grandes electores son la misma gente? ¿Son los mismos dirigentes del partido?
Thierry Meyssan: No, no. Aquí hay una confusión que tiene que ver con el idioma. En un sistema electoral de dos niveles, la terminología de las ciencias políticas establece una diferencia entre electores de base y grandes electores. En Estados Unidos, sin embargo, la palabra «elector» se aplica únicamente a los grandes electores ya que durante los primeros decenios de Estados Unidos el pueblo no participaba en las consultas electorales.
Así que quien elige al presidente de Estados Unidos es un «Colegio de Electores» de 538 miembros. Cada Estado dispone de una cantidad de grandes electores similar a la cantidad de escaños que le tocan en el Congreso (entre diputados y senadores). Las colonias, como Puerto Rico o la isla de Guam, están excluidas de ese proceso.
Cada Estado establece sus propias reglas para designar a los grandes electores. En la práctica se trata de armonizar esas reglas entre sí. Hoy en día todos los Estados –menos los de Maine y Nebraska que han inventado sistemas complejos– consideran que los grandes electores representan a la mayoría de la población.
En caso de que los [votos de los] grandes electores no arrojen una mayoría y se produzca un empate entre dos candidatos, es la Cámara de Representantes quien elige al presidente y el Senado elige al vicepresidente.
Sandro Cruz: ¿Las primarias permiten o no a los electores escoger los candidatos? ¿Cuál es el papel de los superdelegados?
Thierry Meyssan: Las primarias y convenciones tienen dos objetivos. Desde el punto de vista interno, permiten tomar el pulso de la opinión pública y evaluar hasta dónde se le puede forzar la mano. En el plano externo, ofrecen al resto del mundo la ilusión de que esta oligarquía es una democracia.
A menudo se piensa que las primarias permiten evitar los trucos de la alta dirigencia y que permiten que los militantes de base de los grandes partidos escojan al candidato. Nada de eso. ¡No son los partidos políticos los que organizan las primarias sino el Estado local! Están concebidas, conforme a lo que quería Hamilton, para garantizar el control oligárquico del sistema y cerrarle el paso a las candidaturas disidentes.
Cada Estado tiene sus propias reglas para la designación de sus delegados a las Convenciones federales de los partidos. Hay seis métodos principales y, además, otros métodos mixtos. A veces hay que tener un carnet de miembro del partido para poder votar, a veces los simpatizantes pueden votar junto a los militantes, a veces todos los ciudadanos pueden votar en las primarias de los dos partidos, a veces todos los ciudadanos pueden votar solamente en la primaria del partido que ellos mismos escojan, a veces los dos partidos realizan una primaria común de una sola vuelta, otras veces son a dos vueltas. Existen todas las combinaciones posibles de todos esos métodos. Cada primaria, en cada Estado, tiene por tanto un sentido diferente.
Y también hay Estados que no tienen primarias sino caucus. Por ejemplo, en Iowa se organizan escrutinios totalmente distintos en cada uno de sus 99 condados, donde se eligen delegados locales, que a su vez realizan primarias de segundo grado para elegir a los delegados que irán a las Convenciones nacionales. Es exactamente lo mismo que el sistema del supuesto «centralismo democrático» que tanto gusta a los estalinistas.
Tradicionalmente este circo comienza en febrero y dura 6 meses. Pero este año el Partido Demócrata modificó su calendario. Adelantó el comienzo del proceso y quiso repartir las fechas para que la diversión durara durante todo el año. Esa decisión unilateral no fue fácil de aplicar y provocó mucho desorden ya que, repito, no son los partidos los que organizan las primarias y los caucus, sino los Estados.
Al final [del proceso] los delegados se reúnen en la Convención de su partido. En ese momento se unen a ellos los superdelegados, que –contrariamente a lo que esa denominación parece indicar– no son delegados de nadie. Son miembros por derecho propio, o sea notables y cuadros dirigentes partidistas. Los superdelegados representan a la oligarquía y son lo suficientemente numerosos como para inclinar la balanza en un sentido o en otro, pasando por alto el resultado de las primarias y los caucus. Serán el 20% de los participantes en la convención demócrata y casi el 25% en la convención republicana (aunque esta última no será más que una formalidad ya que McCain es el único que queda).
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