15.6.08

¿Qué arreglar? Por Eduardo Aliverti

Tomado de MARCA DE RADIO
Sábado 14 de junio de 2008.

Hay dos grandes maneras de mirar para delante, que es lo que todo el mundo exige en torno de este choque no insólito pero sí inédito que vive el país. Una es pensar que las cosas se van a arreglar, y la otra es que no. Las siguientes líneas tratarán de explicar que pueden ocurrir ambas cosas a la vez, si es que la mirada avanza más allá de lo estrictamente coyuntural y de la problemática del sector agrario en particular.

En términos de negociación, esta semana el Gobierno dio por terminado el núcleo del conflicto con el movimiento campestre. En realidad, lo que hizo fue formalizar aquello que todos sabían desde el comienzo porque, con seriedad, nadie podía suponer que el oficialismo se suicidaría políticamente aceptando las condiciones demandadas por los ruralistas. La formalidad consistió en que la Presidenta informó qué se hará con la plata excedente de las retenciones, tomando como base, en ligera síntesis, el piso que los gauchócratas querían bajar. A partir de ahí puede discutirse y cuestionarse todo lo que se quiera: que suena a tomadura de pelo haberse acordado recién ahora de notificar el destino del dinero; que la cifra en juego es una porción muy pequeña del presupuesto nacional y que no se requería de retenciones móviles para anunciar nuevos hospitales, viviendas y rutas; que no tiene respuesta oficial la pregunta de qué sucederá en caso de que baje la cotización internacional de cereales y oleaginosas, siendo que en esa hipótesis el dinero no estaría y entonces es el Gobierno quien quedará reconociendo que no hay decisión política firme de adjudicar fondos a la justicia social. Puede debatirse todo eso y bastante más, pero el punto concreto es que los anuncios dejan a las retenciones extraordinarias como hecho consumado e irreversible. Así movió el Gobierno y así es que los campestres tomaron nota oficial de que su exigencia de máxima, virtualmente exclusiva, no tiene concreción posible. Quedaron encerrados entre eso y la impopularidad de volver al paro, lockout o como quiera llamársele a seguir trabajando tranquera adentro y para afuera cortar rutas, o no despachar mercadería, o mermar su entrega o subirse a las tribunas para denominar “Patria” a sus hectáreas propias o arrendadas. Como sea que eso se llame, los campestres ya cansaron tanto como la sucesión de errores gubernamentales y no tienen plafond, en las grandes urbes, para sus medidas de acción directa. Y muchísimo menos si desde las profundidades de lo inimaginable aparece otro actor, los dueños de los camiones, que cortaron el país en nombre de que los demás se pongan de acuerdo porque si no me cargan el camión mi familia no come o no puedo pagar el crédito del camión que renové, o del otro que me compré, y todo el resto me importa tres carajos y ma’qué Patria ni oligarquía ni Monsanto ni soja ni Cristina ni el producido desdentado de la derecha pajuerana.

Estamos ante una reproducción, sólo que esta vez vestida de gaucho, de algunas de las condiciones que generaron 2001/02. Hoy no son los ahorristas porteños unidos por fuerza circunstancial a las calderas tribales del conurbano bonaerense (que alguna izquierda políticamente analfabeta insiste en llamar “argentinazo”). Son sectores de las nuevas clases medias sojizadas de las poblaciones chicas y medianas de la pampa húmeda, que se toman el vermucito en el centro del pueblo y putean contra los políticos de Buenos Aires o contra estos zurdos de mierda que están en el Gobierno; juntados, estímulo mediático mediante, con el tilingaje de las ciudades principales. Esas cosas siempre están como elementos de la puja por el ingreso, ahora con el agregado de este nuevo sujeto social que influye al centro desde la periferia y no al revés. Esa cosa se despierta cada tanto, como un volcán. Y podría no tener arreglo, porque tenerlo supondría contar con un liderazgo político contenedor de las expectativas de consumo de las clases medias urbanas, que son quienes, amplificadas por el coro de los medios, fijan el patrón de humor social. El momento preciso que vive la Argentina produce angustia intelectual acerca de cómo podrá salirse de los caminos cortados y el desabastecimiento, además de que ya resulta sospechoso el nivel de crispación y violencia crecientes con que actúan los campestres. Hay datos que los medios no señalan, a propósito de aprietes y patoteadas contra productores que están en desacuerdo con el carácter salvaje de la protesta. ¿Qué están buscando? ¿Provocar represión para subir la apuesta y qué, si tampoco disponen de una oposición política que pudiera vehiculizar un golpe institucional? ¿Qué van a hacer, seguir amarrocando en sus campos sin comercializar hasta cuándo, con qué objetivo? En algún momento, más tarde o más temprano, estos gauchócratas desaforados no podrán resistir porque el clima social terminará de volvérseles adverso por completo. De modo que eso tendrá solución de alguna manera. Pero el daño generado ya es inmenso si se lo mide por las consecuencias de haber dejado un país exasperado, a punto caramelo para que nuevas reivindicaciones de sector se conviertan en polvorines que acentuarán una atmósfera de convulsión permanente.

Si está claro que este no es un gobierno revolucionario ni mucho menos, que dejó correr el modelo de sojización, que continuó apostando a la concentración de la economía en pocas manos y que dispone casi solo de la extracción agropecuaria como proyecto de producción y recaudación, más claro está todavía que, sin embargo, la pieza que movió con el aumento de las retenciones afectó intereses incapaces de construir nada pero aptos para destruir mucho. Ahora ya está y hay que ir por más, alcanzando a las cadenas de comercialización y a la fiesta de la minería, entre otros aspectos, porque además eso implicaría mostrar la proyección de que no solamente es “el campo” quien sostiene la base de sustentación. Si la réplica apuntara que eso significa abrir nuevos focos de conflicto, la respuesta insistirá con que ya están abiertos o latentes a partir de que tampoco es sostenible construir un modelo más inclusivo dependiendo únicamente del precio internacional de los granos. Ya quedó demostrado cuánto se parece eso a bailar arriba del Titanic.

La pregunta es si el Gobierno se animará a tomar medidas que toquen los privilegios de otras fracciones de la clase dominante. Porque eso requiere apoyo de movilización popular por afuera de los ejercicios electorales. Hay una relación directamente proporcional entre las alianzas gubernamentales y el volumen de lo que se hace o quiere hacer. Si por toda alianza política el oficialismo cuenta con el a parato del PJ y el sindicalismo cegetista, no tiene resto para afrontar mayores desafíos. Y la clase media continuará fugando rumbo a un malestar que, de una u otra forma y aunque hoy resulte muy difícil de percibir, terminará hacia la derecha.

¿Tiene arreglo eso?

MARCA DE RADIO, sábado 14 de junio de 2008.
"Una pulga no puede picar a una locomotora, pero puede llenar de ronchas al maquinista" (Libertad, amiga de Mafalda)