11.10.09

Una batalla ganada y las otras que vienen tras la aprobación de la ley

Tras el festejo se recomienda una ducha fría. Los efectos no serán mágicos. La construcción del “tercer sector” mediático necesita de no pocos recursos tanto económicos como sociales.



El actual y enredado paisaje de la TV por cable
será un territorio crucial en la construcción de la comunicación futura.

Por Eduardo Blaustein

Listo, entramos al después de la ley. Pasaron las jornadas de la batalla legislativa, y aunque falta transitar escenarios posibles de chicanas judiciales, batallas empresarias y quizá revisiones o hasta mejoras del proyecto aprobado, llega el momento de bajar los decibeles y preguntarse –ducha fría– cuándo y cómo comenzarán a registrarse cambios en la configuración mediático-cultural argentina. Con todos los entusiasmos que generó la ley entre quienes la pelearon por un cuarto de siglo, hay que decir que los efectos no serán mágicos y que se vienen otras batallas por dar, otras construcciones por erigir. Lo que venga puede resumirse en estos ejes posibles:

1. Aun cuando algunos holdings queden heridos por perder algunas de sus patas –no por cierto las gráficas, que quedaron fuera de la norma–, por un buen tiempo seguirán siendo hegemónicos en términos económicos, de reproducción y de captación de audiencias.

2. La idea bosquejada en la ley de generar “un tercio de comunicación” construida por organizaciones sociales es un piso y un horizonte deseable, un dibujo jurídico que no cierra ni todas las desigualdades económicas ni todas las ligadas al derecho de emisión. Nada dice la ley acerca de políticas de fomento, estímulo, créditos, desarrollo económico de nuevos medios que uno imagina humildes. Antes que la herramienta en sí misma (una radio, un cable local), esas nuevas construcciones sociales no dependen sólo de lo que diga una ley sino que estarán condicionadas por lo que genere una sociedad fuertemente fragmentada y con rasgos de anomia. Hace años existen radios comunitarias, de las Madres o universitarias. Darles más potencia y alcance es un desafío más complejo y dilatado en el tiempo.

3. Sin necesidad de tomarse al pie de la letra los mensajes de pánico que desde hace semanas están bajando algunas patronales, lo cierto es que hay dudas acerca de quiénes tendrán suficientes espaldas ya sea para comprar los medios que cedan los grupos concentrados o quiénes podrán sostener nuevos emprendimientos. En la Utpba cuentan sobre la cantidad de consultas que están recibiendo por las presiones de patronales que advierten a sus trabajadores acerca de un futuro presuntamente sombrío. Multicanal es un caso de presiones para firmar documentos aciagos. En Telefé hay trabajadores que creen que el acceso de Telefónica a los medios hubiera impactado en expansión y mejor escenario laboral. Otros profesionales bien situados temen perder posiciones o ingresos en la medida en que las pierdan sus empresas. La capacidad de chantaje empresaria jugará un rol importante.

4. No habrá un efecto inmediato de “democratización” de los medios sencillamente porque aún estamos lejos de construir una democracia que tome por asalto la vida en el trabajo (Kraft es buen ejemplo) y en la empresa privada, incluyendo las empresas de la comunicación. Esta nota intentará desarrollar este último asunto en un punto crucial; los periodistas, que a menudo quieren verse como titanes en la lucha por la libertad, son los primeros rehenes de las imposiciones jerárquicas y editoriales. Por regla transitiva, los públicos terminan siendo rehenes también.

Adalides de la libertad. Una investigación realizada entre septiembre y octubre de 1998 sólo entre periodistas demostró que el 74% de los profesionales entrevistados se vio expuesto a situaciones que “vulneraron sus convicciones éticas”. De ese total, el 63% afirmó haber recibido presiones por parte de la empresa. Otro trabajo de campo realizado ese año reveló que sólo el 35,5% de las personas creían en lo que dicen los periodistas. Seis años después, cuando se actualizó la encuesta, ese porcentaje de no credibilidad ascendía al 55,1%. En el mismo estudio el problema de la autocensura apareció como la tercera traba más importante contra el desempeño de la actividad periodística (52,2%), detrás de “las empresas periodísticas” (79,9%) y del “gobierno” (79,9%).
Estas mediciones no fueron promovidas por organizaciones como Transparencia Internacional, Adepa o Poder Ciudadano. Las hizo el Observatorio de Medios de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires a propósito de la credibilidad y la ética en el periodismo. Cuando se preguntó: “¿Piensa Ud. que los periodistas desempeñan adecuadamente la tarea de informar?”, apenas sí el 20,4% de los propios profesionales y los abonados a la Agencia Nacional de Comunicación seleccionaron la opción negativa.

Hace unos cuantos años atrás el que escribe trabajó por unos pocos días en el fenecido diario Perfil. De la breve experiencia quedaron dos frases memorables atribuidas a Jorge Fontevecchia. La frase número 1: “La verdad es negocio”. La frase número 2: “No me ensucien la edición con pobres”. La frase 1 y la 2 no parecen llevarse bien.

En estos días circuló por Internet una solicitada a favor de la Ley de Servicios Audiovisuales firmada por una larga lista de trabajadores de prensa de un diario de perfil opositor, Crítica de la Argentina, que a la vez se las ingenia bastante mejor que otros para contener voces plurales. Hubo un primer acuerdo con la empresa para que esa solicitada se publicara en el mismo diario. Luego la publicación se pateó hacia adelante. A la hora en que se escriben estas líneas la solicitada no apareció en papel aunque sí comenzó a circular generosamente en el ciberespacio. “La vida se abre paso”, diría Jeff Goldblum en Jurasic Park.

Estas pocas pistas en torno de los niveles de censura y baja credibilidad que reinan en los medios no sólo que contradicen el sacrosanto imaginario de la libertad de expresión que agitaron los opositores a la ley y las cámaras empresarias. También inducen a la prudencia y a la persistencia si se pretende seguir dando batallas a favor de una auténtica libertad de expresión que trascienda el limitado imaginario liberal-empresario.

¿La cláusula de lo qué? Otra pista que tiene que ver con el trabajo cotidiano de miles de trabajadores de la comunicación y con los márgenes de libertad con los que puedan desempeñar su trabajo es la ausencia en nuestra legislación de la cláusula de conciencia, por compleja que pueda ser su aplicación (ver en esta página la experiencia de EFE). Tan ausente está esa figura en Argentina que hace diez años el 57% de los profesionales sencillamente desconocía que existiera la cláusula de conciencia. La encuesta, de nuevo, fue realizada por la Secretaría de Asuntos Profesionales de la Utpba, en el marco de un debate sobre ética profesional. Se sabe que lo otro que los periodistas que todo lo sabemos últimamente no solemos saber es quiénes son los dueños de los medios para los que trabajamos. Un fenómeno que hace a nuestro folklore, a nuestro laburo, a nuestro desconcierto y a la globalización.

Por estos días circulan en el Congreso proyectos de ley que apuestan a incorporar la cláusula de conciencia presentados entre otros por la diputada y periodista Norma Morandini y por el abogado laboralista Héctor Recalde, en este caso para que la cláusula de conciencia se incorpore al Estatuto del Periodista Profesional. Uno de los núcleos del proyecto presentado por Recalde dice que “los periodistas profesionales podrán negarse, motivadamente, a participar en la elaboración y/o propalación de informaciones contrarias a los principios éticos de la comunicación, sin que ello pueda suponer sanción o perjuicio alguno”.

El proyecto prevé además que los periodistas tengan derecho a considerarse despedidos (e indemnizados) ante una serie de supuestos que dañen su integridad: cambios notorios en la línea editorial o informativa del medio, traslados laborales dentro de un mismo grupo empresario que impliquen “una ruptura patente con la orientación profesional del periodista o del medio en el que prestaba servicios”, movidas extrañas con la firma o la autoría de los trabajos.

La cláusula de conciencia es una figura incorporada en legislaciones de otros países. “El miedo –dice Norma Morandini en los fundamentos de su proyecto– distorsiona esa actividad (la del periodismo) al impedir la profundidad y el compromiso con las ideas”. La discusión en torno de su aplicación seguramente contribuirá a un periodismo más transparente en medios en los que no impere exclusivamente –para utilizar una expresión de la época– la pura discrecionalidad de los que mandan.

FUENTE: El argentino.com
"Una pulga no puede picar a una locomotora, pero puede llenar de ronchas al maquinista" (Libertad, amiga de Mafalda)